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La misma dulzura.!

Diferente semblante pero misma dulzura.

Recuerdo sus anteriores imágenes en donde mi imaginación se perdía sumergiéndose en ideas irrealizables, en pensamientos que bordeaban la lujuria, la sensualidad llevada al mayor de los extremos.

Un torpe cerrar de ojos hacía de mi sueño un constante generador de realidades ilusionantes, realidades paralelas donde su persona perseguía de una manera mi elocuente, mi falta de interés por ella.

Me buscaba, intentaba crear en mi una excitación la cual me diera la llave para despertar sentimientos a los cuales ella estaba suscrita y de los cuales se sentía muy orgullosa.

Insistía, necesitaba sentirse mujer, el simple hecho de que la mirase con cualquier excusa y que nuestras miradas se entrecruzarán sin ninguna intención, hacia de ella la mujer más deseada del mundo, en ese mundo paralelo, en ese mundo desgraciadamente ficticio.

Solo con la inocente espera de que alguna de esas miradas avivara un fuego en proceso de extinción, conseguía sentirse tremendamente halagada aun cuando ella supiera lo complicado de lo que iba a ser su futuro proyecto, su próximo proyecto, su felicidad en toda la plenitud de la palabra.

Sabía, ya no le hacía falta convencerse, de que su vida con él le traería un universo de nuevas experiencias, no muy diferentes de otras, pero con pequeños matices que superarían la mayor de las expectativas y dejarían boquiabiertos a aquellos agoreros cuyas predicciones no eran las más halagüeñas para la pareja.

Rozaba con su mano las mejillas, suavemente, como dando a entender el gusto de sus caricias, mientras su mirada se perdía en el vacío de un pestañear sereno.

Recorría su cuerpo esperando que su mano perdiera su identidad y recobrara la de él para sentir, por primera vez, lo que era el sensual roce de un hombre, de ese hombre tan especial.

Su respirar iniciaba una carrera hacia la mayor de las excitaciones, jadeaba cada vez más intensamente, se contorneaba siguiendo una melodía, no la de siempre, sino de nueva creación donde las notas le susurraban al oído una alocada petición, su desnudez.

Lo hacía, apartaba de sí con suma delicadeza sus ajustados ropajes, dando a entender que necesitaba otra forma de calor, un calor basado en el roce de unos cálidos dedos llamados a ser el sustento de un deseoso placer.

Yaciendo desnuda en su lecho, no dejaba de observarse bajo la imagen de un espejo que dormitaba sobre su techo. Seguía buscando las manos de su hombre, gritaba su presencia en silencio queriendo romper la quietud del momento, gemía con descaro para hacerse oír y perder por primera vez su inocencia recobrada.

Cerró sus ojos, una especie de somnolencia conquistaba su mente, creía caer suavemente en un pozo sin fondo, oscuro, tenebroso, hasta que sin dejar de descender, notaba una presencia ya de por sí esperada.

Era él, eran sus manos que acompañaba su caída, era su cuerpo que alentaba su esperado placer, era el alma que guardaba su desdicha, era él, el que se había convertido en el deseo más soñado en ese mundo paralelo, en ese mundo ficticio...

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