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Lo que ocurrió en una anónima habitación de un hotel cualquiera......

Actualizado: 23 abr 2020

MELISSA.!

Sentada; las piernas recogidas encima de la cama, mis manos distraídas con una pequeña lima de uñas y mi televisor rumia en voz baja, noticias sobre lo que pasaba e iba a pasar en el mundo; me doy cuenta que estoy sumida en uno de esos días en los que salir corriendo, no dejaba de ser la mejor opción para acabar antes de lo deseado mi jornada laboral. Recibo un mensaje de whtsp. Dejo la lima de uñas con la cual estaba jugueteando y cojo mi móvil con interés que habitualmente empleo, y me dispongo a leer otro mensaje de los que en general recibo. Me imaginaba que sería más de lo mismo, repetir lo que tengo en anuncios, rebajas, etc.! Me dice que va a ir a ******** el próximo viernes y me pregunta por mis servicios y por mis tarifas. La verdad es que muy correctamente y además me da la gracias de antemano , no solo por la información, si no por mi tiempo empleado en contestarle. Yo le mando el “mensaje robot" en donde asépticamente, contesto a todo el mundo. Un nuevo mensaje instantáneo e insistente en conocer si me desplazo a hoteles, que valor si utilizo un taxi en mis desplazamientos y algún que otro detalle sobre mis preferencias laborales. Charlamos, intercambiamos comentarios y al final mi “futuro amante” se hace con mis servicios no sin antes tener que competir con algún que otro amante; pero él me da más confianza, me da esa seguridad, esa escasa seguridad que te puede dar uno más de esos ciber desconocidos que buscan alejar sus frustraciones en una mamada o un simple folleteo rápido. Llega el día y me dispongo a subir al taxi que me llevaría directa a uno de esos hoteles donde se hospedan, Nos dirigimos hacia el este de la ciudad. El silencio embarga el habitáculo. Eso me hace pensar, me hace acelerar mis ideas, mis anárquicas ideas con la sana intención de evadirme, de olvidarme pensar cómo sería mi nuevo trabajo. Me noto que estoy más tranquila, más segura de mi misma y con menos sensaciones negativas. El temblor de ciertas veces ha desaparecido, eso si, sigo moviendo mi cabeza a un lado y a otro sin rumbo fijo, sin saber si mirar a la izquierda o a la derecha me va a dar la solución a preguntas que me hago en silencio. Descorcho impresiones, aleteo mi imaginación y hago realidad mis deseos de todos los obligados encuentros, ansío experiencias que me hagan cambiar las mismas sensaciones de siempre e imploro con ansias encontrar la satisfacción de lo que supone el sexo en circunstancias inesperadas. Llego, la lluvia refresca mi rostro, mis pulsaciones suben al entrar en el ascensor; me miro al espejo y empleo el poco tiempo que me queda en los últimos retoques, subo mis pechos con mis manos y aparto mis cabellos de la cara para no dejar nada a la imaginación al entrar en su habitación. Toco tres veces, suave, sin hacer ruido, abren la puerta y una clara oscuridad me da la bienvenida a lo que iba a a ser mi casa durante, posiblemente, una interminable hora de trabajo con alguien desconocido, eso si, al recibir dos besos y el abrazo pertinente, mis sensaciones de tranquilidad inundan plácidamente el escudo que me impongo en todas mis provechosas salidas y esperando, eso si, que está fuera una de las mejores y porque no decirlo, la mejor de todas...

EL.

Tocó la puerta de una manera sigilosa, muy suave, tres pequeños toques que serían el comienzo de una más de esas “relaciones matinales” de un sábado cualquiera. Pasó, le dio la impresión de entrar en la boca del lobo, en una gruta donde la escasez de luz le revolucionaria en cierta medida su ya acelerado corazón. Una gruesa silueta salió detrás de la puerta y en décimas de segundo abarcó su espacio vital con sendos besos en las mejillas; la incertidumbre seguía abarcándola como una pesada capa de la cuál no sabía si podría salir indemne. Colocó con delicadeza sus pertenencias en una butaca situada en la parte más alejada de la puerta y muy cerca de una enorme cama, la cual se iba a convertir en inmóvil espectadora de unos juegos de mayores. Se giró, y allí estaba él, con el torso desnudo esperando lo que le podía ofrecer ella y de qué manera se lo iba a dar. Besos y más besos, sus labios carnosos se entremezclaban con los de él, pequeños mordiscos anunciaban una pasión que iría en aumento así como una sucesión de acaramelados abrazos que delataban un feeling que ninguno de los dos podía haber imaginado. Ella sentía como su miembro duro quería hacerse paso entre su sexo, el sentía la necesidad de desnudarle y rozar con lascivia su moreno y delicado cuerpo con la sana intención de activar cada poro de su piel. Dejó al descubierto sus pechos. Sus pezones se erigían como almenas buscando la humedad de su boca, el roce de su lengua y la suave mordedura de sus dientes. El mientras tanto desató el nudo del albornoz y buscó en contacto más directo en donde piel sobre piel calentaba el ambiente a pasos agigantados Besos, más besos y muchos más besos donde sus lenguas iniciaban bailes inconexos, bailes que las entrelazaban con un deseo ávido de placer. Comenzó a recorrer las curvas que se le presentaban sin saber qué utilizar, unas veces su lengua y otras sus labios, marcando lo que iba a ser en breves momentos su dominio, su campo de acción en busca de darle el placer que ella se merecía. Después de buscar recónditos lugares en donde nadie había llegado todavía, encontró su sexo, su depilado sexo; su lengua lamía con delicada insistencia su punto más caliente; de una forma certera iba consiguiendo provocar pequeños gemidos, pequeños gemidos que delataban como poco a poco iniciaba un camino de no retorno para conseguir el mayor de los clímax. A la vez sus dedos acariciaban sin descanso unos ya excitados pezones, tan excitados, que intentaban despegar de la areola que marcaba su límite, el límite entre estar despiertos para él y dormidos para cualquiera. Gozos inesperados, gemidos certeros, placeres obscenos, deleite constante, desenfreno nada calculado, todo esto formaba parte de lo que empezó como una aventura y se estaba convirtiendo en la mayor de las drogas de los mismísimos dioses. Él no podía más, deseaba penetrarla con la intención de seguir sintiéndola, de sentirla más profundamente, de pensar que todo el gozo hasta ahora compartido, era una pequeña muestra de lo que ella le podía ofrecer. Arriba, abajo, de lado, querían probar si cualquier posición era igual de gratificante, e incluso de pie, observándose lascivamente como se reflejaban sus cuerpos desnudos en el espejo y como él acompasaba sus embestidas con los certeros movimientos de los glúteos de Melissa. Y después de cabalgar como, (por lo menos él), no había cabalgado nunca, volvieron a la enorme cama, al enorme campo de juego en donde ella, sin miramientos, cogió su polla, la fue salivando de la mejor forma posible, y consiguió que aquel robusto maduro, llegara al mayor de los placeres. Se abrazaron, no hacía falta decir nada, dejaron pasar un tiempo prudencial, se besaron casta mente y después de compartir alguna que otra pregunta y respuesta, volvieron a probar si lo que habían hecho ellos anteriormente, podía volverse a generar con el mismo placer, y sin saber que de ese encuentro fugaz, pudiera generarse tanto feeling una alocada mañana de un sábado cualquiera......

MELISSA.

Comenzó a besarme. Sus húmedos besos refrescaban mis labios. Me empezaban a gustar. Me propuse jugar con él esperando que lo que estaba notando, aumentara por momentos. Así fue. Llego un instante en que necesitaba besarle, que necesitaba adentrarme en su boca y juguetear con su lengua, que esos pequeños mordiscos que ponían un punto y aparte a sus besos, se hacían imprescindibles, tanto como deseados. Dejó al desnudo mis pechos y bajo su cabeza con la intención de lamer mis erectos pezones, muy suave, despacio, con una parsimonia que me ponía nerviosa y excitada a la vez. Se lo metió en la boca y notaba como mis pezones eran succionados con la suficiente fuerza como para que lo notara y para decirme a mi misma el placer que estaba empezando a sentir. Me tumbo delicadamente en la cama, acurruco su cuerpo en el mío y siguió besándome como si no hubiera un mañana, como si la pasión del momento fuera el acicate que necesitábamos para desbordar nuestras ansias de placer. Me besaba, lamia, mordisqueaba zonas en las que nunca había sentido nada; pequeños besos jugueteaban en la que era mi línea roja; le dejaba hacer, echaba la cabeza hacia atrás como queriendo encontrar todavía más placer que el que estaba sintiendo hasta que comenzó a lamer mi sexo, poco a poco, humedeciendo zonas que ya estaban de por sí húmedas, secando las que estaban más húmedas y penetrando con suma delicadeza su lengua en una especie de pequeño fornicio. Empecé a jadear, movía mi rostro de un lado a otro buscando en cual sentía más placer, apretaba su cabeza contra mi coño para que no se escapara y para concentrar todos sus esfuerzos en mi excitadísimo sexo. Mis piernas se flexionaban al compás de mis espasmos, de unas contracciones que aumentaban al unísono de las embestidas de su lengua; quería no pensar, quería que no pasara nunca, quería llegar al éxtasis sin llegar, quería correrme y quería correrme en su boca, que sintiera como mis flujos rodeaban las comisuras de sus labios, como llenaba su boca con el néctar de mis entrañas y poder sellar con mis labios menores su cansada boca. Me incorpore, le di un casto beso como premio a su atrevimiento, como premio a un trabajo que se había convertido en demasiado placer. Cogí su dura polla; creo que el tamaño ideal para que mi lujuriosa boca jugueteara con ella y devolverle, como no podía ser de otra manera, el placer que había sentido en mi cuerpo y especialmente en mi coño. La salivé, la notaba en la campanilla, Su glande cerraba mi garganta y respiraba por la nariz, acompasaba mi lengua con mi mano en la madre de todas las masturbaciones, en la mejor, en la que iba a ser para él la mejor comida de polla que había sentido nunca porque además se lo merecía y porque además me apetecía poner sentimiento en ello. Me retiraba el pelo, le observaba por el rabillo del ojo como no se quería perder nada, me acariciaba las mejillas, dejaba caer su cabeza para concentrarse en lo que yo estaba haciendo pero pronto volvía a mirarme. Subía la pelvis, su polla entraba más y más en busca de desaparecer en mi boca, gemía, volvía a gemir, se contraía de placer y el placer se reconvertía en deseo, en ese deseo que durante mucho tiempo mi fornido desconocido había estado buscando. La babeaba más y más, le gustaba, incluso se masturbaba de vez en cuando y con las babas de su mano, acariciaba mis pechos, pellizcaba mis pezones e intentaba hacerme partícipe de lo que estaba sintiendo y de lo que iba a llegar en breve. Comenzó a jadear sin un patrón establecido, acelere mi mano mientras lamía su glande y cuando supe que venía, acerque mis pechos rociándose mis pezones con su caliente lefa, eso si, me hubiera gustado, después de correrse, volver a comer su polla y saborear el fruto de mi elaborado trabajo, pero todavía no tenia la suficiente confianza para hacerlo; sé que le hubiera gustado y a él le habría encantado...









LA VOLVÍ A VER....

Entre en el portal y la vi, era Melissa, así se llamaba mi vecina del segundo y allí estaba ella, majestuosa, esperando en el rellano a que llegara el ascensor y meter toda la compra que seguramente le serviría para pasar el fin de semana sin agobios. Describirla siempre me había supuesto un reto, porque expresar en palabras sus virtudes más visibles, era como cazar moscas a cañonazos. Su cincelada figura representaba el ejemplo clásico de un cuerpo proporcionado, lo justo de caderas, lo justo de piernas, lo justo de su muy femenino tronco acompañado por unos juguetones pechos, vamos, todo pero todo, en su justa medida. El cabello se coloreaba a base de tonalidades negro azabache y dibujaba en el espacio sensuales rizos que le daban un aire desenfadado, pueril incluso; unos ojos hipnotizantes de color negro en donde la percepción del tiempo, si conseguías mantener su mirada, se perdía por momentos, además de conseguir, por el calor de sus ojos, deshelar sin ningún problema el mayor de los témpanos sumergidos en el océano de su iris. Que decir de sus manos, conjunto de finos apéndices preparados para crear la mayor de las magias, era la forma de molerlas lo que le distinguía de cualquiera, un ejemplo de distinción, señoriales movimientos encaminados a encandilar con un gusto exquisitamente femenino. Que decir de sus labios, labios perfilados, carnosos, apetecibles, labios insinuadores, siempre con la idea de ser certeros, aliviadores, sensuales, labios arrebatadores, droga de dioses, droga de mis amores. Subí lo más rápido posible la distancia que me separaba de ella y con un cantarín buenos días, buenos días, inicie el asalto a su espacio vital. Melissa me contestó con la mayor de sus sonrisas en el preciso instante que llegó el ascensor. Abrí las puertas y deje que ella entrara en el estrecho habitáculo la primera. Me lo agradeció con otra singular sonrisa. Hacia calor, estábamos en agosto y era uno de esos días en que el bochorno hacia mella en nuestros cuerpos. De hecho, ella, llevaba una blusa de raso suelta, de color blanco y bastante abierta. Sus recatados pechos se expandían a lo largo del escote con una insinuación apartada del calor ambiental, pero cercano al estimulante frescor reinante en la entrada del portal y que por efecto de ese contraste entre el exterior e interior, sus pezones involuntariamente habían conseguido erizarse, intuyéndose a través de la camisa como una llamada de alerta. No podía dejar de mirarlos; tenía que contenerme para no dejar que mi boca los intentara catar, me relamía, me humedecía los labios como queriendo sentir los suyos, como queriendo sustituir el suave roce de los suyos, eso si, mi miembro comenzaba a debatirse entre expandirse, elevar su grosor, y la de mantenerse calmado, en su sitio, en el único recoveco donde podría mantenerse en su adormilada posición. De pronto y sin saber porqué, me lancé sobre ella, le di la vuelta, le hice poner sus manos contra la pared del ascensor y acercando mi polla a su culo, empecé a restregarme para que sintiera lo que su escote había provocado en mi. Ella comenzó a echar su rostro hacia atrás en busca de mis besos, yo, desabrochaba los pocos botones de la camisa que quedaban y las palmas de mis manos, estrujaban con un suave deseo sus floridos pechos. Besaba su cuello, lamia su oreja, inicie con mis dedos un viaje sin retorno hasta su jardín prohibido. No dejaba de gemir, pequeños alaridos que pedían más y más. Metía su abdomen apretando todavía más su culo contra mi polla, mientras, dejaba un pequeño hueco para que mi mano no tuviera tanta dificultad en palpar su sexo. Consigo llegar; y al rozar sus labios, noto como su humedad se me escapa entre mis dedos. Acerca su boca a mi oído y con voz nerviosa me susurra "desnúdame". Saco mi mano, desabrocho el botón que sirve de guardián a su más querido tesoro, bajo la cremallera, minúscula cremallera como último impedimento a su libertad y con las dos manos y la ayuda de su cadera, dejo caer su ajustado pantalón hasta los tobillos. Un tanga de color verde lima cubre a duras penas mis objetivos más inmediatos. Se gira de repente, se pone de rodillas, acerca su boca a mi polla y comienza a mordisquearme dejando a la imaginación el siguiente paso deseado. Hace lo mismo, con juegos malabares, hace desaparecer mis prendas y deja al descubierto, con todo su esplendor, mi erecto miembro. Lo coge con una de sus manos y apretándolo fuerte, comienza a saborearlo de una manera que jamás había conocido y que me dejaba sin argumentos para poder satisfacerla. Después de un rato de inusitado placer, la levanté, le volví a poner con las manos en la pared, separe sus suaves piernas, y metí mi polla entre ellas fundiéndose con sus labios mayores. Ella entendió el juego y acercando sus piernas, la sujeto como si no quisiera perderle nunca. Las volvió a separar al cabo de una placentera eternidad, cogió mi polla y se la introdujo muy suavemente ayudada por la humedad de su coño. Echó las manos hacia atrás, me cogió de la caderas y me enseñó la cadencia que tenía que seguir mientras ella se masturbaba con intensidad. Yo no podía más, gozaba y gozaba, ella seguía gimiendo hasta que deje de penetrarla, me puse de rodillas y mientras seguía masturbándose, separe con mis manos su culo y comencé a lamer su excitado ano. Ella lo acercaba más y más, sentía mi lengua más y más, y en el preciso instante que creía que iba a llegar al éxtasis, me levante, indicándome ella con ansias renovadas, donde quería que cabalgara mis próximos momentos. Allí fui, poco a poco penetre su ano mientras ella seguía masturbándose y gritándome "córrete conmigo", a lo que después de gozar con su culo, accedí, encontrando los dos ese placer que tantas veces había imaginado desde que éramos vecinos y que casualmente supe, una mañana de verano, que nunca más la quería perder, que nunca más quería dejar de sentir lo que me dio ese pequeño espacio en el que nos encontramos los dos, y pudimos amarnos los dos..






ERA VERANO....

El sol entraba por las rendijas de la persiana con aire señorial. Estaba sola en casa y me disponía a desperezarme sacudiendo mi desnudez. Me encantaba dormir desnuda sin sentir la presión de ese pijama anticuado que tantas veces me ponía como el regalo recatado de una feliz madre hacia su hija. Abrí una de las ventanas y al sentir el calor recorrer mi cuerpo, pensé, “ya que no tengo nada que hacer, iré a la zona ajardinada a tomar un poco el sol y recobrar mi moreno más natural”. Así lo hice, me puse mi bañador preferido, ese minúsculo bikini el cual no dejaba a la imaginación absolutamente nada. Me miré de reojo en el espejo de la habitación, un pase por aquí, un pase por allá y empezó a gustarme lo que reflejaba, me sentía sensualmente muy atractiva. Me quité la parte de arriba para observar el conjunto con mis pechos libres. Pasé por unos momentos mis manos por ellos como si deseara que alguien los palpara, los hiciera suyos y me imaginaba quien me gustaría que fuera esa persona, y por supuesto, no tenía ninguna duda...mi maduro vecino calvo. Los pezones se salían de las areolas. Mi mente trabajaba sin cesar comenzando a pasar sin descanso, rápidamente, pensamientos casi obscenos al sentirme muy deseada. Bajaba las escaleras, abrí la puerta de la casa y acondicione la hamaca en la mejor posición posible para que, todos los rayos del sol, incidieran en cada poro de mi piel calentada por su eròtico, y a la vez, sensual roce. Me tumbé, cerré los ojos y comencé a caer en una agradable somnolencia, en un estado de semi inconsciencia en la que tanto me gustaba, abrazada, eso si, a lo desconocido, a un viajar sin rumbo fijo en busca de una aventura a la que no estuviera preparada. No se qué tiempo había pasado, pero después de un letargo inconcluso, empecé a notar como si una mano recorriera mis piernas de abajo a arriba, muy lentamente, con una parsimonia que iba acelerando mi pulso de una manera inusual. Mi bello se erizaba como intentando atrapar dicha mano. Seguido, sin descanso, notaba como mis pezones eran lamidos por una hábil lengua y como se desprendían de su areola intentando que toda su extensión sintiera el roce húmedo de un anónimo lengüeteo. Me contraía, me alteraba, me comenzaba a notar poseída, sensualmente poseída, no quería despertar por el temor de perder el gusto por el sueño, pero lo único que no sentía eran mis manos, estaban agarradas a algo y notaba como un peso sobrehumano en sus palmas. De repente no solo las manos, también las piernas a la altura de los tobillos y sin saber como, fui notando en mis labios la calentura de una polla muy dura, deseosa de ser guardada entre ellos. Abrí mi boca y empece a saborear su especial sabor, su especial grosor. Notaba poco a poco como un pene, todavía sin dueño, comenzaba un baile de entrada y salida donde mi trabajo consistía en lamerlo y de vez en cuando mordisquearlo para sentir su presión en mis labios. Cada vez la sentía más dentro, incluso me producía arcadas pero conseguía salivarla más, lubricaba más , haciéndola más sabrosa. Desapareció. Mis manos y mis piernas seguían acorraladas por una fuerza desconocida, por una fuerza que se relacionaba no con la prisión del momento, si no con la satisfacción del sentir, del gozar bajo la presión de un yugo certero. En ese preciso instante, noté como la parte de abajo de mi bikini se separaba, dejando al descubierto mi depilado y ya húmedo sexo. Su lengua apareció en escena y empezó a masturbarme mientras de vez en cuando penetraba de una manera sinuosa. Me volvía a retorcer de gusto, intentaba dejarme hacer sin poner ningún impedimento, solo mis gemidos sordos. Hubo un parón, sentí su aliento cerca, un boca a boca, y su polla dura empezó a follarme sin dejar nada a la imaginación, muy adentro, cada vez más deprisa y rozando lo justo mi clítoris para que fuera sintiéndome más poseída todavía. Yo pensaba, follamé más!!! Lámeme mis pezones!!! No quiero despertarme sin sentir el placer de correrme!!!, y mientras pensaba eso, llegué al clímax más placentero que jamás había experimentado. Se creo una calma, percibí otra vez su glande en mi boca, una de mis manos quedó libre, la acerqué a su polla y mientras la comía con un lascivo deseo, la masturbaba. Gemidos, goces, diferentes gritos de placer hacían presagiar el final esperado, su lefa regó mi boca pudiendo saborear con descaro el premio a mi jugosa maniobra. Después de relamer mis labios, sentí la necesidad de pellizcarme, de saber si lo que había sentido era real, de abrir los ojos y observar quien había osado interrumpir mi placentero descanso. Y ahí estaba él, mi vecino, escalando la verja que nos separaba, esa verja que representaba la separación de un sueño y la realidad, el relato de un pensamiento profundo que con las mayores de mis ansias deseaba, su contacto, nuestro contacto, el contacto de nuestros sedientos cuerpos que tantas veces se habían humedecido con solo vernos en la distancia y bajo la atenta mirada de una leve sonrisa mañanera...








EL ARTE DE BESAR, SON TUS BESOS.! Un beso tras otro avivando mis ansias del deseo, deseo ansiado, deseo un beso, ansío un beso tras otro esperando los otros con más deseo. Bésame Melissa desde la distancia, bésame desde el anonimato, bésame sin besarme para que sepa cómo sabe mi destino, destina tus besos hacia mi locura, que locamente besaré la distancia entre tus labios. Bésame y no me hables, háblame solo con besos, y si alguna vez hablamos, que tus besos callen mis preguntas, que tus besos callen tus respuestas. Bésame Melissa si me recuerdas, recuérdame si ya te olvidas, que si tus besos ayudan a mi memoria, memorizare tus labios para no olvidar como me besas. Bésame mientras me rozas, rózame mientras me amas, que si alguna vez siento más de un roce, me perderé con tus besos recordando el sendero de tus manos. Bésame con tu cariño, bésame que soy un niño, que si alguna vez me porto como un adulto, vuelve con tus besos a convertirme en el mismo niño. Mi Melissa, mi amore, humedece mis labios con deseo, humedece mis labios con la pasión que necesito, que si el deseo es tan fuerte como el mío, mi boca recorrerá el torrente de tus besos. Ahógame, asfíxiame, déjame sin aire al recibir tus besos, absorbe el jugo de mi boca por el contacto de la tuya, que si muero mientras te beso, renaceré de mis cenizas con el gusto de tus besos. Sigo sin verte aunque te recuerdo, me siento ciego porque no te veo, pero aunque cierre los ojos y me beses, sabré que eres tú porque tus labios me enamoran, porque mis labios los adoran. Bésame amore, bésame, que si me besas con el amor que te profeso, grabaré mis besos con el fuego más intenso. Bésame amore, bésame, que si jugamos con más fuego, me quemaré pidiendo el contacto con tus labios, bésame amore, bésame, porque ya no puedo soportar solo recordarte y que no reciba como premio tus necesitados besos. Bésame amore, bésame, y me harás tan feliz como cuando escribo sobre tus besos, bésame amore, bésame, y solo con tus besos me perderé en la locura del placer soñado y soñar quiero que dejes caer tus besos bajo mis labios que aunque sea en la mayor de las distancias, me sabrán como los primeros que me diste...






HOY HE VUELTO A SOÑAR CON ELLA.

Gemidos descontrolados, movimientos dulcemente anárquicos, sensibles arañazos en mis sabanas y sórdidos azotes recorriendo por mi mente los pensamientos más deseados. Enérgicos giros de mi rostro, ojos templadamente cerrados, una piel que ansía su contacto, una espera que se alarga en el devenir del tiempo y tiempo que pasa despacio ante el vacío de sus amables caricias. Le recreo, mis manos buscan la suavidad de sus pechos, mi boca el permanente roce de sus labios y las ganas de hacerla mía me produce un calor certero, nuestro calor, que intentando evitar su real y fría ausencia, consigue dibujar en el ambiente sus acarameladas curvas, su melosa figura. Se suceden ideas malditas, se suceden ideas sublimes e incluso perversas, se suceden actos que por no consumados se tornan en prohibidos deseos, se vuelve una sutil droga que consuma el desespero cuando no se toma. Oigo palabras, imagino frases, me susurra amor, me grita sexo y noto solamente su sordo eco abarcando sin descanso el espacio lascivo de su cuerpo. Sudores, cálidos sentidos, realidad dañada, dañada por la realidad más dura, tan dura que torna mi ficción en dagas mortuorias, en cuchillos que cortan mis suspiros, en suspiros que llenan mi vacío, en vacío que forma su figura... Siento el amanecer, fulmina la oscuridad en la que nadan mis quimeras, siento el amanecer que hace desaparecer la magia de mis sueños, es el amanecer mi rival?, es el amanecer lo que siento?... Maldita mañana!!!, márchate!!!, déjame saborear mis frustraciones, déjame saborearla, déjame devorarla que devorarme a mí ya lo hará el despertar más cruel, más bellaco, pero una vez más, déjame con ella sin tenerla y déjame con ella aún perdiéndola, que para perderme en ella tengo la oscura noche, tengo la noche entera..





DÚCHATE CONMIGO.

Entre a la habitación y oía el alegre golpear del agua en el cristal de la ducha. No quería que ella supiera que había llegado a casa. La puerta del baño estaba entreabierta y me bastó con un pequeño empujón, para ver desde el dintel, como su figura luchaba con el vaho para abarcar el pequeño espacio que conformaba el aseo de su dormitorio. Ahí estaba, insultantemente bella, definida por esas curvas que habían sido moldeadas durante tanto tiempo por el incansable ritmo de su ocupada vida, y dándome oportuna cuenta de la satisfacción que me producía de que toda ella, toda, era mía. La cabeza, junto con el rostro, se inclinaba hacia atrás para intentar disfrutar del agua caliente que hacía las veces de masaje corporal. Giros hacia un lado y hacia otro, movimientos acompasados buscando el beneficio del calor acuoso, ver cómo peinaba sus rizados cabellos con sencillos toques de las manos, observar cómo cada gota recorría su cuerpo, hacía que mi predisposición a tenerle, a poseerla, a que en un breve espacio de tiempo ella me sintiera dentro, aumentaba por momentos. Me sentía extasiado, fuera de mi, como si mi espíritu hubiera emigrado en busca de una paz interior alentada por el disfrute cotidiano de quererle, de disfrutar del contacto de nuestra piel en el más puro de los roces. Poco a poco sentía como mi miembro recibía la llamada del deseo, ese deseo que ayudado por la imaginación del momento, hacía que éste agrandara su ego y buscara una salida a su ya, de por sí, calurosa y oscura mazmorra. Comencé a desnudarme sin perder ni un sólo detalle de Melissa. Ella seguía disfrutando en lo que creía que era su soledad, su momento más íntimo, sin saber que estaba lascivamente observada por su amante, por esa persona que había conseguido que de nuevo se sintiera deseada, se sintiera mirada, se sintiera valorada, a fin de cuentas, se sintiera de nuevo más mujer. Desnudo yo, me dirigí hacia la ducha, en el preciso momento que mi amore perdía de su mano el control de una resbaladiza pastilla de jabón. Se agachó, mostrándome prácticamente a la altura de los ojos, su don más preciado, que se dejaba entrever en todo su esplendor a través del vidrio difuminado por el vaho. Aparté el cristal, me acerqué y cogiendo mi pene con la mano, comencé a dar pequeños pollazos en su depilado sexo como queriendo desentumecer toda esa jugosa zona. Melissa, al notar esos contactos, se incorporó girándose hacia el lugar de donde recibía tales alertas. Sin dejar que pudiera reaccionar, le cogí entre mis brazos y sin articular ningún sonido, sellé sus labios con los míos. Al principio noté una especie de resistencia, como intentando pedir una explicación que no llegaba, pero poco a poco se fue calmando, fue encauzando sus esfuerzos acompañándome en un juego que habíamos iniciado sin ella quererlo. Ya sumisa, le di la vuelta de una forma decidida, la atraje contra mi pecho para que notara como mi polla dura, muy dura, se colocaba en la línea de su culo como queriendo ser el centinela, el guardián de esa línea indecorosamente decorosa. Melissa, al notarme y notarla, ponía el culo en pompa intentando medir el grosor de una manera muy especial, sin sus manos, solo con el contorno de sus sabrosos glúteos. Mis manos, mientras tanto, acariciaban sus pechos con la sensibilidad de un movimiento acompasado y medido, donde sus erectos pezones hacían de indicadores de un placer, que dentro de poco tiempo, iba a inundar sin piedad cada centímetro de su mestiza piel. Comenzamos a describir bailes inconexos, pasos que nunca se convertirían en rutas olvidadas, y a tararear una música sorda, sin sonido. Ella comenzó a deslizarse a través de mi cuerpo, apoyándose, eso sí, con sus manos en mis piernas hasta llegar a ponerse de rodillas. Cogió mi miembro bien cargado, lo acerco a su boca y de ella surgió un pequeño susurro que produjo en mi asomado glande, una especie de aliviadora brisa, de corriente reparadora con la intención de bajar mi temperatura corporal. No lo consiguió. En el preciso momento en el cual iba a explotar, acercó su lengua y empezó a saborear con medida delicadeza todo el contorno de mi pene, no dejando ya nada a la imaginación más ingeniosa. Adentro, afuera, más adentro, más afuera; en esos momentos su boca era mi guarida. Su mano la agarraba con fuerza y servía de aliada para conseguir uno de los finales felices que tanto me gustaba que ella acabara. Le levante, le di otra vez la vuelta, le hice apoyar una de sus piernas sobre la repisa de la bañera y ella entendió, (dentro de las ganas que tenía de que la penetrara), como tenía que encorvar su cuerpo para facilitar el paso de mi polla. Así lo hizo, y aprovechando esos restos de jabón que formaban una especie de fina capa de lubricante, le abrí bien su coño y sin piedad comencé a follarle como a ella le gustaba, fuerte, muy fuerte, sin descanso. Mientras descargaba mi controlada furia contra su culo, me lamí el dedo gordo y lo acerqué hacia su **** con la intención de acompasar con mi polla esas dos penetraciones. Así lo hice y Melissa inició una serie de gemidos a los cuales acompañé yo, que luego me quito. formando un coro de gozos y placeres propios de un amor sensualmente comprometido. Seguimos y seguimos hasta que ella, completamente extasiada después de haberse corrido, se volvió y con un "correte en mi boca" empezó a masturbarme hasta que en breves instantes comenzó a fluir mi néctar regando con descaro su rostro. Después de unos instantes de relajo, me volvió a coger la polla y la rebaño hasta dejarme completamente limpio de polvo y paja, en el preciso momento que pidiéndole que se pusiera de pie, le comí a besos para disfrutar con ella de sabores, que siendo nuestros, nos unían más todavía en esas artes amatorias que tanto y tan bien practicábamos juntos.



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